Me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos palabras. Dijo: "Te quiero" . Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero que era casi asfixiante, insoportable. Ahí, en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo. "Hasta ahora no te lo había dicho", murmuró, "no porque no te quisiera, sino porque ignoraba por qué te quería. Ahora lo sé". Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi estómago. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado, son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan. "Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecha de buena madera". Quizá ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí vivir. Esa opresión en el pecho, SIGNIFICA VIVIR.