« ¿All you need is love? ».
¿Cómo era la canción de los Beatles?
«All you need is love».
¿Es cierto? ¿Todo lo que se necesita es amor?
Uno quisiera creerlo, sobre todo cuando está enamorado y los fantasmas acechan.
Fantasmas ectoplasmáticos pero otros, menos gaseosos, también.
¿Qué destruyó al amor de Romeo y Julieta y a ellos mismos?
La guerra entre Capuletos y Montescos, se dirá.
O el mundo. O la envidia de los emocionalmente estériles. O la represión.
O la buena suerte.
¿Cómo?
¿La buena suerte?
Sí, la buena suerte.
Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra pìzca de sentido común. Ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con sueños desmesurados. No con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados.
He aquí algunos:
El amor eterno. La fortuna bien o mal obtenida pero bien aplicada. La superación individual de barreras como la raza, la clase, la religión o la familia hostil. La victoria del bien. La derrota del mal.
Cambiemos el nombre de Romeo por el tuyo y el de Julieta por el mío.
No tenemos catorce años, ni vivimos en Verona.
Tenemos, respectivamente, treinta y veintinueve ¿ok?
Ok.
Vivimos en Buenos Aires, Argentina, ¿ok?
Ok.
No hubo familias opositoras, ni guerras o revoluciones que nos separaran como al Dr. Zhivago y a su noviecita. Yo no era ni soy pobre. Vos tampoco. Y no somos obscena y peligrosamente ricos. Nada nos separa; nada nos exige sacrificios.
Tampoco apareció, como caído del cielo o subido del infierno «el otro» o «la otra». Ninguna penosa y destructiva enfermedad interfiere. Es imposible que algún terrible día descubramos, como en una telenovela clásica, que en realidad somos hermanos: nacimos en continentes diferentes.
No hay espada de Damocles alguna sobre nuestras cabezas.
Somos una versión olvidable de Romeo y Julieta.
No tuvimos suerte.
En vez de morir continuamos. Nos casamos. Fuimos felices. Hemos sido bendecidos, “como suele decirse”, con un par de hijos lindos e inteligentes. Nuestros suegros y suegras nos aman. Nos llaman la pareja perfecta.
Entonces:
¿Por qué nos odiamos, después de aburrirnos y antes de separarnos o asesinarnos?
¿Dónde falla la vida y dónde la literatura?
Shakespeare fue inteligente. Los mató a tiempo.
Una muerte espectacular, sangrienta, teatral.
Ningún lento gotear de los años.
Sin el «¿y?» de los minutos sobreextendidos. Sin los chistes repetidos y la nostalgia rutinaria.
¿Imaginas a Romeo y Julieta vagando por el parque, entre escatológicas palomas, desesperados por una banca?
Comentarios
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Suele pasarme.
Nada que ver.
Adoré.